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Uno de los objetivos clave de la estrategia Europa 2020 es la lucha contra la pobreza. El diseño de políticas en esta dirección es complejo porque los que viven en la pobreza muestran un alto grado de heterogeneidad. De ahí el interés de conocer la forma en que este problema afecta a grupos determinados. Nuestro trabajo aborda esta cuestión desde una perspectiva de sexo.
Los datos brutos muestran que en Europa la incidencia de la pobreza en la población ocupada es similar para hombres y mujeres, ligeramente por debajo del 7%. Sin embargo, sí existen diferencias por sexo en los niveles educativos y en las características de los puestos de trabajo que, en principio, influyen en la exposición individual a la pobreza. De ahí que analicemos la contribución de estas variables a través de una estimación con datos de panel separando la muestra entre hombres y mujeres.
Comenzando con la educación, encontramos que un mayor nivel de estudios reduce la probabilidad de que los trabajadores caigan en la pobreza, como cabe esperar. Buena noticia para las mujeres, puesto que un 39% poseen estudios superiores, frente al 30% de los hombres. Ahora bien, nuestras estimaciones indican que el efecto positivo de la educación entre las mujeres es menor que entre los hombres: mientras que en estos últimos quienes poseen educación superior ven reducido el riesgo de pobreza en un 84% respecto a quienes solo tienen educación primaria, en el caso de las mujeres la reducción se limita al 74%. ¿Qué explica esta diferencia, más sorprendente si cabe porque en promedio el nivel educativo es más alto entre las trabajadoras que en sus compañeros masculinos? La respuesta la hemos encontrado en un acceso diferente al mercado de trabajo, que en el caso de las mujeres dificulta que una mayor formación se traduzca en mayores ingresos.
Consideramos tres características del mercado laboral: la temporalidad o no de los contratos, el tipo de ocupación y la duración de la jornada. La primera característica parece no ser relevante en nuestro análisis ya que, si bien los contratos de carácter temporal aumentan el riesgo de pobreza, no encontramos diferencias significativas ni en la influencia estimada ni en la incidencia entre hombres y mujeres. Sin embargo, la distribución de las ocupaciones sí presenta una heterogeneidad importante por sexos. Se pueden identificar actividades claramente masculinizadas y otras con mayor representación de las mujeres. Pues bien, la probabilidad de pobreza resulta ser más baja para el primer conjunto de trabajos que para las ocupaciones más feminizadas. En particular, más de la mitad del riesgo de pobreza que tiene su origen en el tipo de trabajo desempeñado está asociado a trabajos elementales, servicios y comercio, ocupaciones con una mayor representación de las mujeres.
Con todo, la principal causa de las diferencias en la exposición a la pobreza, aun entre hombres y mujeres con elevado nivel educativo, la encontramos en la tercera característica de los trabajos considerados: la duración de la jornada laboral. Los trabajos a tiempo parcial, que suponen salarios más bajos, multiplican el riesgo estimado de pobreza aproximadamente por cuatro en relación a los contratos a tiempo completo. Pues bien, más del 80% de los contratos a tiempo parcial los ocupan mujeres. Es más, esta distribución se mantiene entre la población mejor formada: de cada cinco personas con educación superior trabajando a tiempo parcial, cuatro son mujeres. Además de indicar un mayor desaprovechamiento del capital humano femenino, esta es la razón principal de que la educación proporcione una menor protección frente a la pobreza en el caso de las mujeres.
En definitiva, aunque la incidencia de la pobreza parece similar a grandes rasgos entre los hombres y las mujeres que componen la fuerza laboral en Europa, en cuanto se entra en detalles se detectan diferencias entre ambos sexos. Las mujeres presentan en promedio un mayor nivel de educación, lo que las colocaría en una mejor posición para ingresar al mercado laboral y obtener mayores ingresos; sin embargo, su significativamente mayor representación en los trabajos a tiempo parcial parece eliminar completamente la ventaja educativa. Este resultado muestra la necesidad de políticas destinadas a asegurar una adecuada inclusión de las mujeres en el mercado laboral. Aunque es evidente el efecto positivo de promover la educación entre las mujeres, esta es una condición necesaria, pero no suficiente, para garantizar una mejor situación económica. De ahí que haya que dar prioridad a medidas activas que promuevan una participación de las mujeres en el mercado laboral en las mismas condiciones que los hombres, prestando especial atención a la temporalidad de los contratos, a menudo relacionada con las dificultades para la conciliación familiar.
Aisa, Rosa & Larramona, Gemma & Pueyo, Fernando, 2019. "Poverty in Europe by gender: The role of education and labour status," Economic Analysis and Policy, Elsevier, vol. 63(C), pages 24-34. https://doi.org/10.1016/j.eap.2019.04.009