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El protagonismo de la COVID-19 ha eclipsado otros temas de interés. Temas como el cambio climático, la sostenibilidad, o el comportamiento ético parece que han dejado de tener importancia. Pero son cuestiones imprescindibles que debemos tener en cuenta como sociedad avanzada.
En particular, queremos realizar una pequeña reflexión sobre la ética en los negocios y su relación con la competitividad. Un comportamiento ético de la empresa implica que el criterio de decisión sea acorde con la maximización del bienestar conjunto de todos los colectivos que pueden verse afectados por una decisión de la empresa. La cuestión es si un comportamiento ético favorece la competitividad empresarial.
Ser competitivo significa crear valor mediante la producción de bienes y servicios, logrando unos resultados superiores a los de la competencia durante un periodo de tiempo prolongado (se excluyen por tanto los beneficios efímeros). Así, la buena gestión empresarial tiene por objetivo la eficiencia en el uso de activos, es decir maximizar el beneficio, pero no a cualquier precio, sino atendiendo a las restricciones impuestas por la ética.
Se parte de que el comportamiento humano es racional, los individuos actúan, no solo evaluando sus preferencias, sino también analizando sus restricciones. La cultura organizativa de la empresa contribuye a moldear preferencias y restricciones. Un comportamiento ético significa cumplir lo que se promete, no engañar ni abusar. Cuando la empresa tiene una buena reputación, procura mantenerla y reforzarla, ya que tiene efectos positivos en el valor de la empresa. (Apreciamos en este sentido, la concesión del premio Nobel de Economía 2020 a Milgrom y Wilson, que realizaron valiosas contribuciones sobre el efecto reputación).
Los efectos positivos del comportamiento ético en los beneficios de la empresa se concretan, entre otros, en una reducción de los costes de transacción, ahorro en los costes de coordinación interna de la empresa, ahorro de tiempo en las negociaciones y menos discusiones para llegar a un acuerdo. Un comportamiento ético genera reputación, aumenta la confianza en la empresa y su prestigio; así mismo, se promueve la innovación para mantener una buena reputación. Todo ello contribuye a que los beneficios sean sostenibles en el tiempo y por tanto favorece la productividad de la organización.
No sólo las grandes empresas han de ser capaces de asumir su responsabilidad en las decisiones que toman y afectan a otros colectivos. También las pymes, con sus recursos y capacidades deben asumir las consecuencias de sus decisiones, por supuesto atendiendo a la diferencia de poder que tiene cada agente económico.
Es un buen momento para replantear la razón de ser de la empresa, su misión, sus valores y sus objetivos, elaborando un plan estratégico que contemple aspectos económicos, sociales y medioambientales, con la ética como eje vertebrador.
Por otro lado, la enseñanza universitaria tiene mucho que decir. Nuestros estudiantes de la Facultad de Economía y Empresa son los futuros directivos, sería conveniente incluir en nuestros programas docentes aspectos éticos y dilemas morales de problemas económicos. No se trata en absoluto, de dar la opinión del profesor sobre lo que creemos que es bueno para la sociedad. Se trata de potenciar las buenas prácticas de los estudiantes, cualquiera que sea la ideología, porque hay unos valores universales aceptados por cualquier sociedad avanzada: libertad, igualdad, solidaridad, justicia. Valores que permiten tomar decisiones con rigor y coherencia, con una visión de conjunto, con propuestas de cambio rigurosas y sin juicios de valor, y siendo conscientes de que las decisiones empresariales tienen consecuencias que a veces son indirectas y no deseadas. Debemos pensar a largo plazo, en la sostenibilidad, en el bienestar social, más allá de conductas oportunistas e individualistas.
Al fin y al cabo, lo que todos queremos es incrementar nuestro bienestar viviendo en sociedad, y una sociedad avanzada no puede permitirse premiar conductas inmorales, tiene que perseguir el bienestar común.
Dra. Natalia Dejo Oricain
Profesora del Departamento de Dirección y Organización de Empresas y miembro del grupo de investigación COMPETE
Facultad de Economía y Empresa
Universidad de Zaragoza (España)
El contenido de este documento es exclusiva responsabilidad de la autora.